Vamos a ir punto a punto, a anular los contraataques, al cinco para cinco”, prometía Navarro en la previa. Lo dijo y lo vimos, como si hubiera un apuntador leyendo el guión. Duelo dormido. Su Barça angustiaba la circulación de balón y a la vez cerraba el rebote. Nada fácil. Ningún contraataque blanco, ningún tiro cómodo, poco juego combinativo; mucho sufrimiento. Los azulgrana también padecían, erraban sus siete primeros triples, pero están más acostumbrados a la pausa, y buscaban más a los pívots, más veces y más cerca del aro. Lorbek, Tomic, más Tomic (doce puntos al descanso, luego dos). En el campeón las metían Rudy y Mirotic desde la personal. Uno arriba, uno abajo, en un pañuelito.
Traje a medida para Pascual y ajeno para Laso. El Madrid no es esto, aunque ya sepa jugar a todo. Con Sergio anulado, con Bourousis del todo ineficaz. El griego solventó sus dos o tres acciones al poste quitándose el balón de encima. Pero el dato más demoledor, lo que reflejaba la zozobra, era el capítulo de robos. Cero recuperaciones al descanso. Lo que le hizo volar ante el Granca y el CAI había desaparecido. No disminuido, no: desaparecido. Y, además, añadía nueve pérdidas: 42-38 al descanso.
El Madrid podía apretar más atrás, y apretó. Muy duro. Con Draper, con todos. Los tiros del Barça eran un pelín más forzados y las opciones para rebotear y galopar aumentaban, Rudy clavaba otros dos triples y sólo la aparición estelar de Huertas (más libre en el pick and roll a cambio de frenar a Tomic) salvó la brecha (49-53). ¿Y Navarro?, desconocido, fallando hasta los tiros libres bien amarrado por Llull. Pero Sergio Rodríguez tampoco estaba, carecía del tacto habitual con el balón para armar el tiro.
Congoja total en los dos bandos. Menos de seis minutos, empate a 64. Por ahí andaba Mirotic en labor sorda, pocos tiros, aunque sacando faltas, buena aplicación defensiva, once rebotes y tres tapones. Trabajo y trabajo, que ya llegarán los focos. Y la luz le alumbró de lleno con dos tiritos de crack desde la esquina. El primero, asistido por el público, que le avisó de que se agotaba la posesión. Ni sabemos de dónde se sacó el balón. El segundo, diez centímetros más atrás en el mismo sitio, triple: 64-71. Era el de la Copa, el jaque mate, lo parecía; no lo fue.
El Barça empujó como Phelps en aquella final olímpica, con lo último que le quedaba, y con una discutida falta de Reyes en el rebote. Tras un rechace (Dorsey marró cinco tiros libres y su equipo, doce), la posesión terminó en manos de Huertas: 73-75. Apenas 23 segundos y Sergio, el Chacho, perdía un balón inexplicable. Oleson atacaba el aro y anotaba con falta de Bourousis, dos más uno. Hazaña azulgrana, remontada asombrosa, épica, y todo en el último minuto: del 68-75 al 76-75.
Restaban ocho segundos y ocho décimas para la bocina, ahora la Copa era culé. Sergio corrió hacia delante, ya no valía mirar atrás, dribló, le acosaron Sada y Papanikolaou y vio a Llull con el rabillo del ojo. Pase. Arriba, arriba y… dentro. ¡Sergio Llull! Faltaba una décima, una, el Madrid era campeón de Copa en uno de los finales más increíbles de la historia, casi al nivel del triple de Herreros. Pedazo de batalla: Mirotic MVP, Llull héroe y el Chacho desquitado, saltando y gritando enloquecido por la emoción. Cuatro meses de exhibiciones han encontrado recompensa, la primera. El Madrid vuelve a reinar, monarca del baloncesto español: 24 Copas.
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