Cuando el Madrid tiene enfrente a un rival inferior (y sí, este Baskonia lo es) parece imposible que pierda. Quizá no sea el equipo burbujeante que en octubre vencía por aplastamiento. Arrastra la baja de Carroll y el desgaste físico y mental de cinco partidos en diez días (Copa y viaje a Rusia
incluidos); sin embargo, en el desenlace resulta igual de implacable.
El Barça, por ejemplo, siempre da la talla en duelos grandes, pero ha
fallado ante rivales a los que sacaba varias cabezas. Con este Madrid
eso no pasa, no lo hemos visto. El grupo está consolidado, sabe a qué
juega y tiene confianza plena en su baloncesto, pero además transmite voracidad, la de un núcleo de jugadores y una afición que aún recuerda la época de las vacas flacas.
De ahí que tipos como Sergio Llull, después de hacer 7.000 kilómetros en dos días, lleguen a la cancha mordiendo, con tres triples para abrir boca, que fueron siete al final: 27 puntos. El héroe de la Copa promedia en las últimas cinco jornadas de Liga 20,3 tantos y suma 24 triples de 35 intentos. A su acierto se unieron Rudy (3 de 6) y Sergio (2 de 5).
Pese a la puntería, no fue un partido redondo de los de Laso, aunque lo controlaron de cabo a rabo. Desde el deportivo pasillo del Baskonia hasta el bocinazo final. Intercambiaron canastas de salida; amagaron con romper en el segundo cuarto, otra vez con Mejri destacado y los tres bases en pista (30-40); y quebraron cualquier resistencia en el tercer periodo, ante la impotencia de Nocioni y
su ardor guerrero. El argentino se picó por un mate de Mejri en sus
narices y por el gesto excesivo del tunecino. Durante unos minutos
repartió mandobles a diestro y siniestro. Y cuando parecía que enfilaría
el túnel de vestuarios, Scariolo se le adelantó. Dos técnicas y descalificado. Por entonces el Madrid ya navegaba en aguas tranquilas (44-60). Dominio total.
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